21.5.08

En búsqueda de la esperanza


No tuve más remedio que subirme a ese barco. No sabía hacia dónde se dirigía, pero lo que sí sabía era que era la única solución a mi problema. Tuve miedo, lo acepto. Me sentí muy solo en ese viaje, nadie me podía ver, pero pese a toda la angustia que sentía, seguí adelante.
Pasaron veintisiete horas y, por fin, el barco atracó. Fui uno de los primero en bajar. Me quedé sentado a poca distancia del muelle como si nada, para pasar desapercibido. No sabía dónde estaba. Hablaban en un idioma rarísimo, en el cual mezclaban palabras con gestos y aplausos. Noté un clima tenso, algunos corrían y se tiraban al mar, otros se abrazaban. Pensé que se acercaba un terremoto, pero me equivoqué.
En tres segundos escuché bombas y gritos. Se acercó a mí un hombre llorando, me agarró de la mano y me llevó a una especie de galpón. Ahí estaba lleno de personas cargando armas y ametralladoras. Me pusieron un arma sobre los brazos y me dieron como cien balas. No me quedaba otra opción, tenía que luchar contra personas que no sabía ni quiénes eran.
Llegó el momento y yo estaba muy nervioso. Nunca había tenido un arma tan poderosa como esa en mi vida. Empecé a disparara, pero por suerte no llegué a matar a nadie o eso fue lo que yo quería pensar. A mi nadie me apuntó, es muy probable que los contrarios se hayan dado cuenta de que yo no optaba por la guerra.
Siento que me equivoqué, jamás tendría que haber agarrado el rifle ese. No tenía porqué matar a nadie, ni defender a ese país que para mí era desconocido.
Dos días después volví a subirme a ese barco, preferí la condena que en mi país me había ganado. Luego de casi veintiocho horas llegué, y miles de policías me estaban esperando. Nunca más pude volver a ver la luz del sol.

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