19.10.09

Hombre en llamas


Bomberos voluntarios
Hombre en llamas
Cómo es la vida en el Cuartel Central de Avellaneda donde apagar incendios no es la única actividad. La intimidad de Walter Alberto Barcia, integrante del cuerpo desde hace veinte años.

Walter Alberto Barcia llega al Cuartel Central de los Bomberos Voluntarios de Avellaneda, saluda a sus colegas y a los perros, se sienta y toma el primer mate amargo de la ronda. Tiene 52 años y sus mañanas, desde hace dos décadas, son siempre así. No se aburre. “Ser bombero voluntario es más que tomar mate y mirar televisión –se ríe-. Acá estudiamos, hacemos cursos, nos capacitamos. Siempre hay algo para hacer por la comunidad.”
Cuando nada se está incendiando, las tareas en el cuartel son bien distintas: limpiar las diez autobombas, desfilar en actos públicos, chequear que los uniformes y los coches estén en buen estado, actualizar la página Web, izar la bandera de la Plaza Alsina los días feriados, atender cursos, estudiar… Pero claro, lo más emocionante para todos es el momento de la acción, cuando suena el teléfono y alguien avisa que hay peligro. Allí, los bomberos corren hacia los coches, se calzan el uniforme y salen apurados al lugar del incendio. A Walter, como tercer Oficial, le toca dirigir al resto. Él es quien da las indicaciones. Sabe perfectamente por dónde hay que entrar a un edificio en llamas para prevenir derrumbes, sabe cómo calmar a las víctimas. Tiene un talento especial para tratar con personas desesperadas. Su hazaña más recordada está impresa en el libro que la institución publicó cuando cumplió cien años: en febrero de 1990, una mujer quería tirarse de un octavo piso de un edificio en construcción. Alguien llamó al cuartel para pedir ayuda y hasta allí fue Barcia que, al no poder convencerla, tuvo que agarrarla de arrebato justo en el momento en que la mujer se iba a arrojar al vacío. Walter estaba amarrado y los dos se salvaron, pero al bombero le quedaron secuelas: artrosis en la columna vertebral.
En la sala de estar se encuentra la persona más querida del lugar: Manuel Lorenzo, un Comandante Mayor “en reserva” (fuera de servicio) de 70 años. “Mi vida fue y será vivir para la sociedad –dice humildemente mientras ceba mate y mira la televisión que está colocada junto a la mesa de ping pong y al metegol-. Ésta es mi casa y ellos son mi familia.” Cuando Lorenzo dice “ésta es mi casa”, no habla metafóricamente: luego de separarse de su esposa se fue a vivir solo, a pocas cuadras de la Plaza Alsina, pero tuvo un pico de presión y se mudó a una de las cinco habitaciones gratuitas que brinda el Cuartel.
Raúl Zanazi es el actual Comandante Mayor, vive con su esposa y sus tres hijos, tiene 47 años y hace 27 que trabaja en el cuartel. Se negó a jubilarse porque quiere seguir en el cuerpo activo: “No quiero estar en el escuadrón de reserva, siento que puedo seguir brindando asistencia todavía. Mientras pueda voy a seguir ayudando”, dice orgulloso. Walter y Raúl son los protagonistas en los incendios. Entre los dos, se complementan y forman un excelente equipo, se entienden y con una sola mirada saben lo que tienen que hacer.
A Walter le falta poco para jubilarse. Cuando cumpla 58 habrá sumado 25 años de servicio y tendrá derecho a la pensión graciable, que ningún bombero está al tanto de cuánta plata es. Él está contento, pero también cansado. Inició su “trabajo” como bombero voluntario a los ocho años, cuando acompañaba al cuartel a Manuel “Polo” Ángel, su ex cuñado. Aunque su debut oficial como bombero fue a los 33, quemó etapas: no fue ni aspirante ni cadete porque ya tenía experiencia. Desde chico fue el nene preferido en el lugar, se subía a las autobombas, ordenaba los trajes y tomaba mate como uno más del grupo. Su sueño era dirigir un incendio: lo cumplió.
Walter es muy familiero. Vive con su esposa, sus dos hijos y su amado perro, en una casa a pocas cuadras del cuartel. “No quiero que mis hijos sean bomberos voluntarios -admite mientras pone agua para el mate y se prende un cigarrillo-, es un trabajo peligroso y no me gustaría que pierdan la vida, conmigo ya es suficiente.” Además, pasó incontables fiestas fuera de su casa y cuenta que su mujer vivió muchos momentos de tensión. “A mí me llaman, salgo vestido así como estoy a cualquier hora y mi familia no sabe si vuelvo.” Sin embargo, confiesa que ni bien se desocupa, lo primero que hace es llamar a la casa para avisar que está bien.
“¿Miedo? Sí, una vez en el año 1992 se estaba incendiando un depósito de mercadería en el centro de Avellaneda. Era una manzana entera, increíble. Cuatro compañeros y yo ascendimos al segundo piso por la escalera. Cuando llegamos al descanso, toda la manzana se vino abajo y quedamos atrapados en un hueco oscuro un montón de tiempo. Finalmente fuimos rescatados luego del derrumbe. Pero son cosas que pasan, para ser bombero tenés que salir de tu casa y darles muchos besos a tus familiares porque no sabes si volvés.”

Lo que tienen, lo que necesitan


La “Sociedad de Bomberos voluntarios y primeros auxilios de Avellaneda” se creó el 27 de noviembre de 1897. Está integrada por el Cuartel Central, ubicado en Ameghino 772; el Destacamento 1 en la Isla Maciel, situado en Montaña y 3 de Febrero; y el Destacamento 2 en Piñeyro, en Rivadavia y las vías.
Aproximadamente cien hombres y mujeres integran estos cuerpos. Ellos son protagonistas a cualquier hora del día de los incendios que se producen en los alrededores. Actualmente, en Argentina hay sólo 29 cuarteles destinados a Bomberos Voluntarios. Todos fueron alguna vez aspirantes, luego cadetes hasta llegar a bomberos. Cada tres años hay un ascenso. Cabo, Cabo Primero, Sargento, Sargento Primero, Mayor, Primero, Segundo y Tercer Oficia. Después, los más altos rangos al que puede aspirar un voluntario: Comandante y Comandante Mayor, pero no todos lo logran. La pretensión para ingresar a ser voluntario es una sola: ser menor de 40 años.
Los mantenimientos que requiere el lugar se subsidian con $10 mil que los socios brindan por mes, y con $30 mil por año que aporta el Estado. Cualquiera que haga donaciones puede ser socio. Doce de ellos integran la Comisión Directiva, encabezada por Luis Ángel Díaz, que toma todas las decisiones sobre qué equipamientos se compran, cuánta plata se destina para los coches, qué cuartelero se queda de turno, qué yerba comprar y qué canal de televisión poner.
Las autobombas están equipadas con todo lo necesario para el momento de accionar: mangueras, adaptadores, grupos electrógenos, tijeras neumáticas. La mayor preocupación de los voluntarios, por estos días, es conseguir un coche más, que cuesta 70 mil dólares, sin equipamiento. También precisan detectores de gases explosivos y visores infrarrojos, para marcarles la temperatura en el momento del accidente. Tienen mucho, pero siempre necesitan ayuda.
Para colaborar: http://www.bomberosavellaneda.com.ar/ ó 054-011-4201-2211/9491

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